Qué razón tenía Mateo al escribir: “El hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá con su mujer, y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos sino uno sólo”. Y se cumplió la palabra, empaqué mis cosas con un sentimiento en la garganta como si el maligno hubiera venido a ahorcarme o tentarme con la negativa; mi madre se distraía haciendo cosas propias de una ama de casa y de vez en cuando se acercaba a la recámara contigua, como queriendo impedir mi partida. Escurrieron unas cuantos mililitros de lágrimas por mis mejillas y seguí con la tarea, viendo qué desecharía y qué me serviría en mi nueva vida.
Una vez con la maleta hecha, la escondí, como si lo que fuera a hacer con ella estuviera prohibido o qué se yo.
Un día antes estaba todo listo, el ajuar (vestido, velo, liga, tocado y zapatos); la iglesia (adornada con sus respectivas flores); el transporte (la camioneta que me llevaría al encuentro final); recepción (en una hacienda donde se llevaría a cabo la comilona con arreglos de mesa y demás); el recinto civil (un lugar especial dentro del lugar escogido que lucía fenomenal). Ya te chin… me dijo una amiga horas antes de que me fuera a la cama.
Pude dormir hasta las tres de la mañana, de ahí sólo era pensar si me faltaba algo, si vendrían todos mis invitados y cosas que piensa una novia paranoica horas antes de presentarse ante el altar.
Ya a las siete bajé a ducharme para ir con la estilista a que me hiciera el favor: pues traía una cara de los mil demonios y el peinado ni qué hablar. Encendí el carro, era la última oportunidad de arrepentirse, o iba a arreglarme o manejaba hasta donde diera el tanque de gasolina. Pero no, la decisión ya la había tomado y no tendría por qué caber una duda.
Antes de regresar a vestirme tuve que ir por una amiga a la terminal y eso hizo que el tiempo se me redujera al máximo, ya me estaban esperando en casa con la camioneta.
Me puse el vestido como pude y salí al encuentro final; ya había gente en la iglesia y yo todavía no lo podía creer que estaba ahí.
Chan chan cha chan, entré al recinto sagrado y pasó lo que tenía que pasar.
Pd. Todo salió perfecto, mejor de lo que imaginé...
Una vez con la maleta hecha, la escondí, como si lo que fuera a hacer con ella estuviera prohibido o qué se yo.
Un día antes estaba todo listo, el ajuar (vestido, velo, liga, tocado y zapatos); la iglesia (adornada con sus respectivas flores); el transporte (la camioneta que me llevaría al encuentro final); recepción (en una hacienda donde se llevaría a cabo la comilona con arreglos de mesa y demás); el recinto civil (un lugar especial dentro del lugar escogido que lucía fenomenal). Ya te chin… me dijo una amiga horas antes de que me fuera a la cama.
Pude dormir hasta las tres de la mañana, de ahí sólo era pensar si me faltaba algo, si vendrían todos mis invitados y cosas que piensa una novia paranoica horas antes de presentarse ante el altar.
Ya a las siete bajé a ducharme para ir con la estilista a que me hiciera el favor: pues traía una cara de los mil demonios y el peinado ni qué hablar. Encendí el carro, era la última oportunidad de arrepentirse, o iba a arreglarme o manejaba hasta donde diera el tanque de gasolina. Pero no, la decisión ya la había tomado y no tendría por qué caber una duda.
Antes de regresar a vestirme tuve que ir por una amiga a la terminal y eso hizo que el tiempo se me redujera al máximo, ya me estaban esperando en casa con la camioneta.
Me puse el vestido como pude y salí al encuentro final; ya había gente en la iglesia y yo todavía no lo podía creer que estaba ahí.
Chan chan cha chan, entré al recinto sagrado y pasó lo que tenía que pasar.
Pd. Todo salió perfecto, mejor de lo que imaginé...