15.8.06
El rito de morirse
Hace unas semanas asistí a un velorio. El último en mi lista había sido el de la madre de una amiga y prometí no volver a uno a menos de que se tratara de un familiar. No fue así, me vi obligada a ir, pues se trataba del padre de una persona cercana.
Así que recibí, como siempre me pasa, la noticia por celular. Con mi cara de consternación bajé del autobús que me transportaba para ir a cambiarme.
Punto 1. La vestimenta. Todo aquel que vaya a acompañar al doliente, debe ir vestido de negro. Esto viene desde los tiempos de la antigua Roma, pues las mujeres usaban este color en vestidos llamados lugubrias para guardar luto a sus amantes muertos.
Una vez con el atuendo, toqué la puerta de mi hermana para darle la noticia. No me gusta, pero siempre es así, las personas avisan a otras sobre la muerte de otra. Y entonces es la cadena de la muerte o el chisme (Y por qué, cuántos años tenía, pobre de su familia, nadie está exento, etc, etc).
Sonó de nueva cuenta mi celular. Se trataba de mi madre diciendo que aún no salían para el lugar donde ya estaba el cuerpo inerte. Así que decidí no ir sola.
Al llegar, en la casa no había gente. Sólo mi conocida y su madre que lloraba incesante. ¿Te podemos ayudar?
Punto 2. El retiro. Cuando se vela a una persona, regularmente en México se hace en su casa. Pero como no hay un espacio destinado a este acto doloroso, debe desocuparse algún cuarto.
En este caso fue el comedor. Pero éste estaba repleto de vasijas, muñequitos de porcelana y un sinfín de cosas que no terminaría en decir cuánto cargue. Esto claro sin contar los muebles tan pesados (una mesa para 12 personas en cedro y tres vitrinas en el mismo material).
El espacio estaba listo. Tocaba el turno de la funeraria que entraba con la caja más cara que tenían (14 mil pesos al fondo de la tierra). Entonces vino una petición más: preparar las cosas que debe llevar el muerto.
Punto 3. La compañía. La vela de cera que provee la luz el camino de las almas. Las 33 cruces de palma bendita que representan el número de años que tenía Jesucristo al morir. Estampas de santos que se supone también te acompañarán en el recorrido. Un calabacito con agua bendita, por si se le atraviesa un espíritu maligno, con esto lo alejará. La sábana santa, que es en color blanco, simulando a la que le pusieron a Jesús cuando murió. Un escapulario, para que también lo proteja, así como un rosario para que vaya rezando en la obscuridad. (Tal vez me falten algunos aditamentos, pero es todo lo que recuerdo).
Y así fue, cerraron la caja con todo eso adentro y luego lo transportaron al lugar asignado para el velatorio, ya dispuesto con flores, una cruz, 4 velas para cada extremo de la caja y sillas alrededor para los asistentes.
Luego el rezo de toda la noche y al otro día el entierro. Aunque aquí no termina el dolor, todavía hay que pasar nueve días, el novenario, rezando el rosario (al término de cada uno se debe repartir pan, chocolate o algo para los que acompañan) y en el último se lleva una cruz al panteón.
Con todo esto, creo ya no dan ganas de morirse aunque seas un suicida.
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8 comentarios:
Yo sabía de algo de eso no tan explícito como lo hiciste, es curioso ver los ritos, que perduran en otros paises.
por eso, tratamos de morirnos pocas veces.
Costumbres curiosas donde las haya, sí.
Saludos nuevos.
Menos mal que hubo algo de humor en el relato, porque el tema es bien negro.
Aqué cada vez es más fría y despojada la cosa.
Tan fría como el muerto mismo.
Defitivo, ya no dan ganas de morirse.
No me digas que es triste ser sirena...¿Cómo es eso?
Besos.
Recorde un poema de Jaime Sabines que dice que es una costumbre salvaje el enterrar a los muertos.
apapachos
Seguí la huella que me indicaste y grabé en ella...La respuesta es sincera. Besos
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