1.3.05

Carrito de helados

Cuando pequeña, me ilusionaba ir a visitar a mi abuela materna en primavera. No era porque la quisiera mucho (aunque en realidad ahora la extraño), lo que realmente impulsaba mi deseo de ir a San Marcos era el carrito de helados que en temporada de calor hacia su recorrido en la manzana empedrada donde vivía mi abue, la música que del vehículo provenía era celestial para mis oídos, rápidamente corría a pedir un peso a mi madre y no paraba hasta llegar a la esquina obligada donde el heladero esperaba a todos los niños.
Injusticia heladera sin duda, pues no todos los infantes que querían uno de los postres gozaban de una familia que pudiera complacer esos antojos. Yo niña, no me importaba, sólo saboreaba mi helado que dentro de mi boca se deshacía, a un lado mis cachetes esponjados como espectadores (por fortuna, se desinflaron un poco), con el cabello alborotado y mi ropa llena de lodo, después de haber jugado medio día en la finca que se ubicaba en la parte trasera de la casa abuela.
Todos los sabores probé, ahora lo que más recuerdo es la ciruela pasa que le colocaban enmedio y la música del carrito de helados, que si ahora escuchara correría a buscarlo aunque todavía no sea primavera, para que me lleve lejos, lejos a través del tiempo, lejos de tí...
si tan sólo pudiera

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