9.7.07

ACEITE Y MANOS


Tenía meses (más bien años) que ansiaba un masaje. El dolor en mi espalda era constante y crecía cada vez que se acercaba un cierre de edición; también uno que otro día en depresión los tendones eran felices retorciéndose en mi cuerpo, mientras yo sufría.

Resignada, pensé que ya era algo propio de mi fisonomía, tal vez en la tercera edad me volvería jorobada y se reirían de mi los niños de la colonia (los de la quinta generación), bueno eso si seguía viviendo en el mismo lugar en donde habito desde hace más de dós décadas.

Que yo recuerde, mis quejidos se dieron desde secundaria, cuando se acercaban las fiestas masivas y yo me creía la niña más fea y gorda de todas.

En la prepa, luego de reprobar matemáticas, se me hacían nudos al saber la fecha de un nuevo examen.

Ya en la facultad, primero fue por él y luego porque estuve a punto de perder el semestre, como si fuera pesadilla se me iban las dos cosas más importantes de mi vida; claro, en ese entonces...

Al integrarme al mundo laboral, los dolores se volvieron constantes, primero revisando notas hasta la madrugada, luego entregando campañas para clientes caprichosos y actualmente trabajando en editorial.

Finalmente decidí acudir a un spa (un poco fresa para mi estilo). Tras la intensa manoseada y unos minutos de sueño, me quitaron 16 años de tensión, equivalentes a dos kilos en mi espalda y quién sabe cuántos nudos murieron entre las manos de la masajista y el aceite olor a menta, como el nombre del lugar. Gracias a dios...