30.6.06

Síntomas


Me remonto al domingo y escojo ese día porque me gusta pronunciarlo, es cadencioso y apacible, vocal por vocal, do-min-go, utilizando la técnica laboral pero esta vez con la ayuda de la garganta y no del papel ni el lápiz.
El dolor de cabeza tuvo inicio después de las seis o de las ocho de la noche, da igual, llegando a caso no hubo duda en externar los males, pero nada pasó teniendo fama de alucinaciones hipocondríacas.
Una noche en compañía del dolor, peor que dormir sola…
Ese lunes fue como todos, compré la fruta de los buenos días, esta vez con miel, porque la enfermedad ya había alcanzado más partes, ahora eran tres (cabeza, oídos y garganta) tal vez habían escuchado que en esta época se estilan los tríos y decidieron probar, mientras que su placer me torturaba.
Mediodía y yo caliente, pero no con ganas de otro cuerpo, o sí, otro cuerpo que no sufriera los ataques de ese equipo maligno que trabaja en mis adentros.
En la comida el silencio hizo su aparición, (cosa rara que todos en la cocina económica notaron), pero no podía fingir felicidad cuando era consciente de la desdicha corporal.
Al otro día nada cambió pese a los medicamentos, cada vez el sufrimiento era más intenso: cabeza, oídos y garganta, ninguno sobresalía, parecía que se hubieran puesto de acuerdo y cada uno cumplía con lo pactado, su trío estaba funcionando…
Con todo eso a cuestas traté de dormir esa noche en la que me encontraba más caliente que nunca, con las sábanas mojadas, sola y con una fiebre de 39 grados (bueno los tres aún seguían con su idilio farsante).
Tras llegar el sol, parecía que habían desaparecido los enamorados no sin antes dejar en mi cuerpo el fruto de sus acogimientos: dos bellas y horrorosas ronchas rojas, una abajo del ombligo y otra justo detrás de la oreja derecha.
El razonamiento me dijo que tal vez la noche de pasión y locura que habían tenido, elevando la temperatura, formaron esas dos cosas, hijas del trío maldito. Para ese miércoles ya había agendado cita con el otorrinoralingologo, una mujer especialista en esa parte de la patología que trata de enfermedades del oído, nariz y laringe.
Luego de la jornada mañanera, me dispuse a salir a comer. El ambiente era distinto, mi rostro lucía mejor, los dolores habían desaparecido y por lógica mis charlas volvieron a ser amenas para los comensales.
Minutos después, terminando el flan, entré al baño, fue ahí donde los engendros se me presentaron, frente al espejo que reflejaba parte de mi cuello y pecho lleno de esas cosas que se habían multiplicado como conejos…
Abrí la puerta asustada, esperando algún consuelo, pero el diagnóstico de los ahí presentes, doctores sin estudios, era coincidente.
Esperé a que la hora marcada para la cita con la mujer que sí estudió en la UNAM llegara. Deseando que los presagios no se cumplieran, entré al consultorio, después de un examen minucioso vino lo que no quería escuchar:
- Señorita, efectivamente, usted tiene varicela.
¿ Y todavía dicen que los tríos son buenos?

21.6.06

Explotó




Pues así sin más ni menos el artefacto explotó y me llegó a mi, a mi hermoso cuerpo y rostro, ahora tengo días de guardar con esta pinche varicela (aunque confieso que hoy escapé de casa, porque 8 días de encierro para mi eran mucho)
La varicela es una enfermedad cosmopolita (y eso que algunos dicen que donde vivo es un pueblo bicicletero) y muy contagiosa. Prácticamente todos los individuos se infectan en el curso de su vida.
Se contagia por contacto directo con las lesiones cutáneas y por inhalación de secreciones respiratorias que contienen el virus. El periodo de contagio se extiende desde 1 o 2 días antes de comenzar la erupción hasta la aparición de las costras.
En el adulto y en el menor de 2 años la enfermedad suele ser más grave porque son más frecuentes las complicaciones.
La incubación dura de 12 a 20 días y es asintomático.
Le sigue el periodo prodrómico, que dura de horas a 3 días, durante el cual los síntomas son inespecíficos: fiebre poco elevada, cefaleas, anorexia, vómitos.
El periodo de estado se caracteriza por la aparición de la erupción cutáneo-mucosas constituida por lesiones máculo-pápulo eritematosas que en 24 horas se transforman en vesículas. Las mismas son de tamaño y forma variable, tensas, con contenido líquido claro, simulando "gotas de rocío" (qué poético) y están rodeadas de una areola rosada. Posteriormente pierden tensión y el contenido se hace turbio, aunque no purulento (o sea tampoco me convertí en mounstruo). A los 2 a 4 días se convierten en costras y en 4 a 6 días más se desprenden sin dejar cicatriz.
La duración de la enfermedad es de 2 a 4 semanas.
Y pues ya volveré para la próxima semana a trabajar y a escribir, por el momento me quedo yo con mis hermosas costras y el proceso de abandono...(justamente cuando ya las sentía mías, como todo, se van...)

7.6.06

Sentada


Esperando que explote el artefacto que dejé en el penal...